¿Con qué se come la Desobediencia Ciudadana?

Thaelman Urgelles

Al publicar hace dos días una contribución a la consulta iniciada por la MUD, ofrecí una continuación que sería publicada al día siguiente, referida a cómo ejecutar el rechazo de las condiciones sin desistir de la solicitud del Revocatorio. Retrasé un par de días su publicación para dar más tiempo de difusión al primer texto. Como en las series modernas de TV, repito las últimas ideas de aquel artículo:

“Sugiero con todo respeto a la MUD que rechace las condiciones decididas por el CNE para recoger el 20% de las voluntades para el RR… No propongo el desistimiento, figura jurídica que significa retirar la solicitud y renunciar a ella, que es lo que buscan estos bribones… La MUD debe rechazar esas condiciones y mantener viva la solicitud, exigiendo condiciones sensatas, posibles y apegadas a la Constitución”.

 “Esto nos lleva al terreno de cómo proceder, o como dicen muchos para descalificarla, al campo de “con qué se come la desobediencia ciudadana”.

Llamaremos desobediencia a la acción pública de una porción de los miembros de una sociedad para lograr del poder establecido el reconocimiento o concesión de un derecho o reivindicación, u oponerse a medidas del poder que los afecten, siempre que esa acción trascienda la esfera de la acción puramente jurídica o el plano de la denuncia declarativa. Ella puede ocurrir por causas parciales –ecológicas, laborales, raciales, de derechos humanos, de género, culturales- o por un enfrentamiento global con el poder, en cuyo caso adquiere un carácter político.

A la acción pública de desobediencia se le suele asignar apellidos: civil, cívica, popular.  Preferiré llamarla ciudadana, aunque dé igual cómo se la apellide, sólo para matizar un enfoque que difiera de los lugares comunes usados con poco éxito entre nosotros; y para sugerir uno más amplio y menos restringido para ella. Porque no es fácil en estos tiempos venezolanos hablar de la desobediencia, dado el excesivo y a menudo incorrecto manoseo del término o procedimiento, con fines interesados a veces poco transparentes y ante las repetidas descalificaciones que recibe, también simplistas e interesadas.

De un lado, se imagina la desobediencia civil como la mera sucesión de hechos violentos y combates callejeros ejecutados por vanguardias pequeñas en número pero muy determinadas en su accionar, con el objeto de generar graves alteraciones del orden público -preferiblemente con saldos trágicos en represión policial, muertes, lesiones y daños al entorno urbano- para que ello promueva la intervención de la Fuerza Armada como factor decisivo que desbloquee la situación en favor de los promotores de la desobediencia. Este ha sido el concepto más apelado en estos años en Venezuela, con saldo de costosos fracasos.

Y del otro quienes asignan a las acciones desobedientes tan estrictos límites en cuanto a sus consecuencias, para sus ejecutantes y para el Poder, que ellas terminan como juegos florales, merecedores de certificados de urbanidad y buena conducta que ofrecen al adversario una sólida garantía de que nada se saldrá de su curso. En Venezuela se la califica como Bailoterapia, en honor de ciertas actividades que se hicieron en calles y autopistas durante el infortunado Paro Cívico Nacional de 2002-2003, mejor conocido con el nombre que le colocó el régimen (vencedor, en fin, de aquella batalla): Paro Petrolero.

Hay una versión más precisa y correcta de la desobediencia, que tuvo su más conocido exponente en la lucha independentista del pueblo hindú liderado por Gandhi y en el Movimiento de los Derechos Civiles liderado por el Dr. King en los Estados Unidos. Ellas iban desde prácticas de boicot masivo –como las huelgas hindúes de comprar la sal o textiles a los ingleses, o la negativa a usar los autobuses públicos en Montgomery, Alabama-, combinadas con valientes demostraciones de protesta pacífica, en las que los activistas se negaban a usar toda forma de violencia pero se sometían a no pocas vejaciones y agresiones que llegaron hasta la pérdida de sus vidas. Lo mismo se aplicó en la última fase de la lucha de los negros sudafricanos contra el Apartheid, en la que la no violencia era con frecuencia bastante relativa. Otros movimientos históricos apelaron a la Desobediencia Pacífica Activa, como las mujeres sufragistas y numerosas luchas sindicales. Hoy se apela a ella para causas sectoriales como las ambientalistas y las que defienden la libertad de elección sexual; y en el otro extremo de ese arco, los movimientos conservadores opuestos al aborto o el matrimonio en el mismo género.

La validez o inconveniencia de una desobediencia ciudadana depende, como toda acción política, de la concurrencia de varios factores que suelen ser llamados condiciones objetivas. O sea, para que un proceso desobediente tenga éxito debe ser lanzado en un ambiente social propicio; si ese ambiente no está plenamente conformado, con distintas variables y no sólo por una o dos de ellas, sus probabilidades de éxito será casi nulas. Como ocurrió aquí en los intentos de abril 2002, el llamado paro petrolero, febrero-marzo 2004 y #LaSalida 2014.

La primera de tales condiciones es que su causa originaria esté claramente establecida como un acto de justicia, a los ojos de quienes la ejecutan y también de quienes la observan; o sea, que su justeza goce de amplio consenso interno y externo. Las que acabo de citar en nuestro país tuvieron enorme dimensión y clara justeza para quienes las ejecutamos, pero no así para una franja mayoritaria de la población –los sectores populares- que se mantuvieron apegados a la esperanza que Chávez les ofrecía. Y hasta 2004 carecieron de comprensión y apoyo en el exterior del país, donde fueron vistas como la insurgencia de las élites sociales en defensa de privilegios que le eran limitados por un líder popular justiciero. La de 2014 gozó de una importante comprensión y simpatía internacional, más por razones de Derechos Humanos que por otra cosa, gracias al fuerte apoyo mediático que concitó y a la activa movilización de nuestros compatriotas en todo el mundo; pero de nuevo careció de suficiente comprensión de sus motivos dentro del país, reducida casi exclusivamente al ámbito de una valiente clase media que estaba harta e indignada de la destrucción nacional que se vivía y se anticipaba peor.

Lo cual nos lleva a la segunda condición objetiva: la debilidad relativa del poder ante el cual insurge la desobediencia cuando las exigencias de los desobedientes son compartidas por una mayoría de los sectores sociales, en forma activa o pasiva. Debilidad relativa, porque aunque el poder posee numerosos recursos para enfrentar la desobediencia y bloquear sus aspiraciones, toda esa fuerza se le va haciendo ineficaz ante la resistencia de una sociedad convencida de lo que está exigiendo y ante la pérdida de legitimidad y apoyo en el escenario externo.

La tercera condición es disponer de una sólida vanguardia y una nutrida retaguardia ciudadana, listas para ser conjugadas en las diversas acciones de la desobediencia. Cuando en 1955, en Montgomery Alabama, Rosa Parks se negó a ceder su puesto en el autobús a un pasajero blanco y fue arrestada por ello, realizó una arriesgada acción de vanguardia individual que dio lugar a un impresionante movimiento social que en pocos años cambió la historia de su país. Es bueno saber que el acto de la Sra. Parks no fue espontáneo ni repentino, ella trabajaba desde hacía un tiempo en la organización del Rev. Martin Luther King y su acto fue probablemente planeado y calculado por ese movimiento, una organización de vanguardia con propósitos claros. Ello dio lugar al boicot al transporte público en la ciudad, al cual se incorporaron miles de ciudadanos de raza negra y luego también blancos que devino en el multitudinario movimiento nacional de derechos civiles que conocemos. De no haber ocurrido esa afiliación creciente de la población negra al pedido de boicot, el acto de Rosa Parks hubiese quedado como un aislado acto de valor, como lo fue el de Claudette Colvin 9 meses antes, quien solo fue arrestada sin suscitar la adhesión lograda por Parks.

Para que exista una vanguardia ha de existir una retaguardia. Y mientras mayor sea y más esclarecida en los objetivos esté la retaguardia, mayores serán el tamaño de la vanguardia y su capacidad de presionar al poder para conseguir los fines. Porque la retaguardia sostiene a la vanguardia, la nutre y renueva. Eso ocurre en los ejércitos, donde la reserva reemplaza a los soldados activos fuera de combate; en la academia y en las empresas, donde el personal en formación asciende a posiciones de confianza; y hasta en el deporte, donde las ligas menores o canteras nutren a las ligas o equipos mayores y estos a su vez a las selecciones nacionales.

A diferencia de las fuerzas militares, en la lucha política y social la participación es voluntaria, y la pertenencia a la vanguardia o la retaguardia es una opción de cada quien. La vanguardia estará integrada por los más valientes y comprometidos, dispuestos a tomar mayores riesgos, y la retaguardia por aquellos que no desean o no se atreven a tomar tales riesgos. Pero ambos son necesarios, y lo que suele ocurrir es que las acciones de la vanguardia, si son oportunas y efectivas, inspiran a miembros de la retaguardia para incrementar su compromiso.

Podría hablarse de otras condiciones objetivas: el terreno o espacio donde se efectúa el conflicto, los factores de tiempo, el escenario de alianzas (propias y del adversario)… Pero dejemos de hacer parecer esto a un curso didáctico y vinculémoslo a nuestro problema actual: cómo torcerle el brazo a un régimen prendado como una garrapata del poder y hacerlo aceptar que se mida en un Referendo Revocatorio que es justo y constitucional, con el objeto de reemplazarlo con un gobierno democrático de transición que termine el período hasta 2019 y abra las puertas del progreso, la paz y la reconciliación nacional.

(Porque, entre paréntesis, algo que poco dice la MUD con claridad es que sus acciones no sólo procuran una vaga noción de “cambio” –consigna un tanto aérea, más propicia para campañas electorales- sino la toma del poder de un nuevo sector del país para reconducir netamente su destino, eso sí, por una senda positiva anhelada y apoyada por el 90% de los venezolanos).

En Venezuela están dadas todas las condiciones objetivas para que el esfuerzo que hoy se resume en la exigencia del Referendo Revocatorio 2016 ascienda a una forma de desobediencia ciudadana, para vencer el bloqueo que un régimen contumaz interpone a la única salida pacífica honorable de esta crisis. Esta forma de lucha se puede llevar a cabo sin abandonar la condición pacífica, democrática, constitucional y electoral que ha enmarcado la acción de la MUD.

Eso sí, bajo la definición de Referendo Revocatorio que Fernando Mires expidió hace unos días en un brillante tuit: “Más que una acción electoral, el Revocatorio es un movimiento social”.

Eso sí, con la convicción de que la revocatoria de Maduro sólo tiene sentido entes del 10 de enero de 2017 y que su ocurrencia en fecha posterior sólo favorece al régimen en tanto le permite refrescarse y ganar tiempo hasta 2019, en cuyo caso estaremos obligados a ayudarlo remediar aunque sea parcialmente la crisis y ganar réditos de ello.

Eso sí, asumiendo que el Referendo Revocatorio es el medio democrático casi único que hemos elegido para dar término a esta desgracia; pero tampoco es un fin en sí mismo, ni un dogma de fe, ni un juramento en la tumba de nuestra madre. El Revocatorio debe permitirnos revocar a Maduro antes de 2017, aunque no se vote. Y esto significa que la negativa absoluta de su realización por parte del régimen debe conducirnos a otros escenarios y variantes de lucha –también constitucionales y pacíficas, de nuestra parte- que al cabo produzcan el mismo desenlace que aspiramos los venezolanos. Quien escribe reclama el mérito de haber sido el primero en este país que levantó la bandera del Revocatorio, tanto lo anhelo y tanto cariño le he tomado a la propuesta, pero no podemos aferrarnos a él aunque sea en 2017 y nos conduzca a un escenario totalmente indeseable.

Eso sí, sin tener un ojo en la lucha y otro en la mesa de negociaciones, adonde nos conduce una cultura democrática que una y otra vez se ve –y se verá- burlada por la bellaquería del interlocutor. Me conozco de memoria todos los argumentos sobre la necesidad del diálogo y la negociación en la política, afines y aledaños… y los comparto en general. Pero no le veo en este momento ningún valor a una mesa de diálogo que excluya el Revocatorio 2016.

Eso sí, entendiendo que las contiendas políticas poseen –y a veces exigen- distintos ritmos, acentos y lenguajes para su ejercicio. Así, en época electoral estas variables las marca la retaguardia, los millones que votan, a ella se deberá toda nuestra estrategia: consignas, propaganda, movilizaciones… que serán por definición moderadas y consensuales para reunir en torno a ellas la mayor cantidad de voluntades dispares. Pero en época de confrontación, de empecinado conflicto como el actual, no podemos seguir marchando al ritmo de la retaguardia, que por definición es tímida y su accionar está limitado por miedos e indecisiones. En esas oportunidades hay que privilegiar a la vanguardia, más dispuesta, arrojada y comprometida al riesgo.

La MUD debe con urgencia entender este cambio en la estructura del juego. Y saber que ella dispone de una vanguardia mucho más amplia que la que se planta cara a la policía luego de las rituales marchas pacíficas. Las de esta vanguardia espontánea son acciones aisladas, descoordinadas e inefectivas porque son realizadas por valientes espontáneos, sin el acuerdo de la dirección política y sin otro objeto que el testimoniar una indignación que ya no les cabe en el cuerpo. Si toda esa valiosa energía contara con la orientación de una política concreta, con objetivos claros y acciones planeadas (siempre en un plano de no violencia), sus acciones serían mucho más puntuales y efectivas, diferenciadas del desorden callejero, y lo más importante, contarían con el respaldo activo de la retaguardia, sector que iría aportando nuevos efectivos a la vanguardia a medida que sus acciones inspiren ese respaldo. Esto no lo estoy inventando yo aquí, es la experiencia de cientos o miles de años de conflictos humanos.

No se hacen tortillas sin romper los huevos. No se puede desbloquear un cerrojo tan blindado como el que ponen las rectoras del CNE sin acentuar decididamente nuestras acciones de protesta. Y negarse a eso por un afán pacifista a ultranza, para mostrarle a no sé quién en el mundo un certificado de bonhomía, significa abdicar del deber dirigente que se asignó la MUD de conducir a nuestro pueblo a una salida democrática de la desgracia en que se encuentra. Y, como lo han dicho Capriles, Chúo, Henry y otros dirigentes, hay que sacar del poder a los responsables de esta desgracia, incapaces por lo demás de remediarla. Bueno, el Referendo Revocatorio en 2017 no sólo no los saca sino que les abre una carta de crédito hasta 2019 y quién sabe si más.

¿Cómo acentuar la protesta?

En primer lugar, insisto en que la desobediencia ciudadana no significa convocar masacres ni promover inmolaciones colectivas, como suelen oponer los partidarios del certificado de buena conducta pacífica. Es posible, como voy a demostrar en adelante, realizar acciones de protesta pacífica que no conduzcan a desenlaces trágicos.

En segundo lugar, debemos internalizar la envidiable posición que disfruta la MUD, de ser un movimiento opositor que domina el parlamento con una amplia mayoría. La fracción parlamentaria opositora ha cumplido un valioso y valiente papel durante este año, aun cuando su ejecución propiamente legislativa ha sido bloqueada por el régimen a través del TSJ. Pero la mayoría parlamentaria no ha sido aún articulada con la protesta de calle, algo que toda fuerza política democrática está en pleno derecho de hacer.

Una serie de acciones ciudadanas de calle, descentralizadas en todo el país y en el interior cada ciudad, coordinadas con decisiones institucionales de la AN que acentúen la presión sobre el régimen, daría lugar a una crisis institucional de tales proporciones que obligaría a un desenlace del bloqueo: o se convoca el RR para 2016 con firmas del 20% nacional, o renuncia Maduro, o se negocia una transición real sin trampas, o nos derrotan ellos a nosotros (bajo la forma de que no logremos los objetivos y tengamos de cesar la lucha), algo que también es posible en toda batalla.

Un curso como ese daría lugar a lo que se conoce en la historia política como situaciones de doble poder: uno de los poderes del Estado cae en manos de los opositores, o se convierte en opositor, y de la confrontación ente ambos poderes, con eco sobre la calle y de esta sobre las instituciones, se produce un desenlace. Que no necesariamente es violento, en muchos casos puede terminar en una mesa de negociación.

Tan antiguo como la crisis entre Julio César y el Senado, tiene como ejemplos los Estados Generales en Francia de 1789; los Comunes de Cromwell contra el Rey en Inglaterra; el Segundo Congreso Continental contra Inglaterra en los Estados Unidos; la Duma contra el Zar en febrero y el Soviet de San Petersburgo contra el gobierno provisional, en octubre, todo en 1917 en Rusia; el uso por Hitler del Reishtag para presionar a Von Hindenburg, en Alemania 1933; hasta la disolución de la Unión Soviética por acuerdo de las repúblicas que estaban unidas bajo el régimen del poder supranacional soviético.

Se dirá que como ejemplos, resultan palabras mayores los citados, pero pienso que los de nuestro pequeño país no son escenario ni propósito menos históricos. Y les traigo dos casos criollitos: el del cabildo de Caracas contra el Capitán General Emparan en abril de 1810, y el del Congreso Nacional contra Monagas en 1848, este último con un funesto desenlace que hoy no tienen como repetir estos mandones.

Acciones pacíficas de calle

En todos estos años, el modelo de protesta ciudadana más usado por la oposición ha sido el de las marchas multitudinarias con origen y destino. Las hemos tenido de todo tipo: para record Guinness de asistencia y otras más bien débiles, según la oportunidad de su convocatoria. Y el régimen ha tenido éxito en confinarlas a los límites de Chacao y Baruta, fuera de los ámbitos del poder central, específicamente de Miraflores. La última que pasó con fuerza para aquellos lares tumbó al gobierno, con los sucedáneos que conocemos.

Lo cierto es que estas marchas se han convertido en una operación rutinaria, salvo excepciones poco concurridas, y en Caracas confinadas al este por el cinturón de seguridad de la policía y la Guardia Nacional. Y la majestuosa concentración del 1º de septiembre, convocada durante un mes y ejecutada con no pocos actos de conmovedor heroísmo, fue lastimosamente desaprovechada al enviar a la gente a sus casas sin otro programa que dar un cacerolazo en la noche. Y no estoy hablando de convertirla en la famosa “marcha sin retorno” (algo impensable hoy, en medio de la penuria logística que atraviesa el país), sino de, por ejemplo, haber permanecido ahí un par de horas más en Asamblea de Ciudadanos descentralizada; esto es, en reducidos grupos de intercambio moderados por activistas de los partidos en vez de escuchando discursos ante una tarima e instruyendo a los asistentes en acciones a realizar en los próximos días en sus sectores de residencia, midiendo la disposición de la gente a participar y escuchando sus ideas al respecto. Eso era mucho más que ofrecer un programa de vagas movilizaciones para una y dos semanas después, efectuadas con escaso o ningún éxito y algunas trocadas por acciones francamente risibles. Creo que con la privación de ese día se dilapidó buena parte de la fuerza que se había acumulado. Pero la gravedad de la crisis puede alimentar nueva energía ciudadana para cometer lo que viene.

Hoy en Venezuela hay activistas suficientes para realizar pequeñas y breves movilizaciones urbanas más cercanas a los centros de poder. En vez de una marcha de 3 mil personas, fácilmente frenada en la Plaza Brión o el puente de Ciudad Banesco, adonde asisten siempre quienes se asumen como la vanguardia y una porción de quienes se asumen como retaguardia, se puede pensar en 40 movilizaciones relámpago de 25 personas sorpresivas y de breve recorrido, cerca del CNE y de la AN.

A diario, incesantes, a distintas horas. Que a la misma hora salgan esos pequeños grupos de la Candelaria, de San Martín, de San José, de San Juan, por callejuelas y no por avenidas… Lanzando volantes y gritos por el Revocatorio 2016… Que se disuelvan al encontrar un bloqueo policial o de colectivos, y quizás se reagrupen en otra calle para proceder unos minutos más. Esta es una típica acción de vanguardia, realizada por militantes de los partidos y estudiantes comprometidos con la lucha, a la que no tengo dudas que se sumarían –o al menos celebrarían- los transeúntes y vecinos de las calles por donde eso pase. Y a la que sumarían en días siguientes muchos ciudadanos autodefinidos como retaguardia. Esto es perfectamente replicable en todo el país.

Muchos dirigentes que hoy frisan los 75 años comenzaron su vida política haciendo esto, entre el 21 de noviembre de 1957 y el 21 de enero del 58. En noviembre salieron los estudiantes de la UCV y los liceos Andrés Bello y Fermín Toro. Reprimidos por la dictadura, algunos cayeron presos y otros, que nunca antes habían escuchado de política y dictadura, fueron organizados por los partidos de entonces para ejecutar esa agitación multi-focalizada en pequeños grupos, en la que había que ser muy rápidos porque las consecuencias si te agarraban eras muy severas. Y fue así como se creó el clima para la huelga de prensa del 21 de enero y la insurrección popular (con sus muertos y heridos) que obligó a la cúpula militar a pedir la renuncia y el exilio del dictador y su camarilla. No como cierta historia oficial ha intentado establecer, que aquello se trató de un quirúrgico golpe militar palaciego con apoyo de una élite civil.

Por supuesto que esta activación puntual no sirve para torcerle el brazo a estos contumaces. Pero contribuye a crear un clima de agitación que moraliza a la gente y atemoriza a los empoderados. Da lugar a movilizaciones tipo marcha, que no deben cesar, siempre buscando el municipio Libertador. Y a otras como paros parciales, como el sonoro y exitoso de los transportistas, o la ejemplar protesta de Villa Rosa, ambos realizados fuera del marco de la MUD, aunque sin duda estimulados por la acción ciudadana que ella encabeza. Incluso la propuesta de un Paro Nacional no es descabellada; el que sus resultados no hayan sido satisfactorios en el pasado no significa que, ejecutada la acción en un momento oportuno como el actual, no pueda ser exitosa y efectiva para lograr un propósito puntual: Referendo Revocatorio en 2016.

Estas acciones darían clima y sustento político para acciones desde la otra pinza de nuestra tenaza: la Asamblea Nacional, entidad que debe jugar un papel decisorio. La decisión del CNE de obligar a reunir el 20% de las voluntades en cada estado, sumada al anuncio de que el Referendo será en todo caso en 2017 y a los descarados retrasos en la aplicación de arbitrarios procedimientos interpuestos, dan suficiente motivo para que la AN reemplace a los 5 rectores de ese organismo y nombre rectores provisorios. En estos días circula una sentencia del TSJ que niega al CNE todo lo que ha venido haciendo, ese texto es suficiente fundamento para esa medida, por violación de la Carta Magna.

La Asamblea Nacional puede dar significativa patente institucional a una iniciativa propuesta en estos días como parte de la desobediencia ciudadana: convocar un firmazo ciudadano, sin el CNE, para recolectar en tres días todas las voluntades posibles para el Referendo, el 20% y mucho más. Por supuesto que el régimen y su TSJ no validarán esas voluntades, pero ellas tendrían una poderosa significación política y moral, en Venezuela y ante el mundo.

Eso no lo puede hacer la AN mañana por la tarde, sin que exista un clamor ciudadano que lo exija. Por lo que es necesario articular la Asamblea con la calle. Y ellas dos con una tercera articulación muy favorable en estos tiempos: la comunidad internacional. Hay que reactivar los esfuerzos diplomáticos por la Carta Democrática Interamericana, hay que intentar elevar el asunto a la ONU y recuperar la atención internacional, que se perdió luego del resultado anodino del 1º de septiembre. Porque, dejémonos de ilusiones, la comunidad internacional está ahí para resolver conflictos, si nosotros mismos disolvemos o atenuamos el conflicto, ella se desentiende, feliz por lo demás de haber evitado una tragedia que les arrugue sus trajes de naciones civilizadas.

Desde el 1º de septiembre se nota una cierta abulia de los gobiernos, organismos y hasta de los medios informativos internacionales por el tema nuestro. Veteranos políticos e informadores, ellos mismos dicen: “si estos no son capaces de hacer valer sus derechos como se debe, no seremos nosotros quienes se los vamos a conseguir”. Todos ellos saben muy bien que no se pueden hacer las tortillas sin romper aunque sea un par de huevitos.

Hay otras ideas que pueden añadirse a un programa de desobediencia ciudadana, pacífica, democrática y constitucional. Tampoco se pueden decir todas, porque los que están enfrente son muy taimados. Y en fin, ya es lunes por mañana y aún sigo yo escribiendo esto. Al mediodía hablará la MUD, espero que me tape la boca de un sopetón y que haga lo que le reclama la historia. Si lo hace, nunca me habrán dejado tan feliz un par de nalgadas. Si se apega al librito conservador quedaré desencantado, la apoyaré sin embargo, aunque quizá mis esfuerzos reflexivos serán más espaciados, dirigidos a otros intereses.

Perdonen lo extenso, no supe hacerlo breve.

@TUrgelles

POST DATA: Escribo esto a la 1:30 pm, muy emocionado por el acto de la MUD en el Parque Miranda. Lo pudimos seguir por TV Venezuela de Miami y por Maduradas.com, indignados porque a quienes están en el país se los negó una canallesca cadena de Maduro. Con júbilo debo decir que la MUD me tapó la boca en buena medida, pues ha decidido hacer lo que le reclama la historia, mediante un camino que difiere con lo aquí propuesto pero marcha por el mismo sentido de desobediencia. La MUD irá a recoger las voluntades en los días establecidos por el CNE, pero se niega a reconocer el 20% por estado y rechaza la fecha de 2017 para celebrar el RR. Es una ruta legítima y digna de seguir, que exigirá una enorme dosis de firmeza y valor en los tres días de la recolección, sobre todo en el tercero. Ese último día nos tendremos que jugar a Rosalinda para imponer, a fuerza de voluntad y coraje ciudadano y en especial de la dirección política, la fecha de 2016. Hoy la MUD corrió la hora de la verdad para esos días finales de octubre. Tendrá que reunir toda la fuerza que tengamos para hacer valer nuestro punto. 

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